El objetivo de Al Qaeda es abrir en Yemen una tercera trampa para su enemigo occidental
LLUÍS BASSETS 30/12/2009
Todo pende de un hilo. No hay que olvidar que el denostado y desprestigiado George W. Bush consiguió terminar sus penosos ocho años sin que se produjera un nuevo atentado en suelo norteamericano. El pasado día de Navidad pudo convertirse en una jornada fatal para Barack Obama, muy pocas horas después de apuntarse el primer éxito de su prometedora aunque dificultosa presidencia con la aprobación por el Senado de la reforma del sistema de salud.
Como en el 11-S, fallaron tanto los servicios secretos como los sistemas de prevención. Y como en el 11-S, no han faltado voces que sugieren respuestas contraproducentes y desproporcionadas. La invasión de Yemen para limpiar el país de terroristas sería la peor manera de responder al atentado frustrado que, además de poner en peligro las vidas de 289 personas, ha dejado de nuevo en mal lugar a la seguridad y la inteligencia norteamericanas.
El atentado no consiguió su objetivo de volar el avión porque falló la tecnología o el terrorista no tuvo la destreza necesaria para activar eficazmente el explosivo; pero consiguió eludir todos los controles y sistemas de prevención, dando así una lección sobre la vulnerabilidad occidental que muchos candidatos a terroristas querrán explotar. Incluso si Umar Farouk Abdulmutallab no hubiera tenido nada que ver con la organización de Bin Laden, éste ha obtenido un éxito al menos simbólico. A fin de cuentas, la función actual de Al Qaeda es proporcionar una marca, un zócalo ideológico y un sistema de comunicación que sirve para los grupos terroristas autónomos de las distintas regiones donde está implantado. Tiene limitado interés político, no policial evidentemente, llegar a precisar si además hay, como parece ser el caso, una clara conexión logística y práctica.
El senador independiente y halcón acreditado Joe Lieberman ha difundido la inquietante frase de que "Irak es la guerra de ayer, Afganistán la de hoy y, si no se actúa preventivamente, Yemen será la de mañana". Su profecía no carece de fundamento a la vista de la enorme actividad terrorista en Yemen, como mínimo desde el atentado en 2000 al buque norteamericano USS Cole, que costó la vida a 17 marineros. Su frase permite incluso un colofón, al hilo de los secuestros de europeos en Mauritania y Malí: "...Y la guerra de pasado mañana será la del Magreb y el Sahel".
El objetivo de Al Qaeda no puede ser más claro: abrir una tercera trampa en el Estado fallido de Yemen. Sabemos que la primera potencia mundial no puede soportar el mantenimiento de dos guerras simultáneas. Bush tuvo que levantar el pie del acelerador en Afganistán para mantener el tipo en Irak, con las consecuencias que se conocen respecto a la resurgencia talibán. Obama, con su plan de retirada de Irak para 2011, podrá incrementar el número de tropas en Afganistán. Pensar en la invasión de un tercer país es sencillamente una locura que Bin Laden promueve con entusiasmo.
Los atentados del 11-S cambiaron la visión geoestratégica del mundo, con resultados catastróficos para todos. Pero es una evidencia que no sirvieron para que aprendiéramos las lecciones más prácticas que se desprendían de aquellas circunstancias. Es sorprendente que Estados Unidos, que tanto ha cambiado desde el 11-S, no haya resuelto siete años después y con dos administraciones distintas los dos elementos que permitieron el atentado frustrado del viernes en el avión de la compañía Northwest. Obama ha ordenado analizar lo que ha fallado en este caso, que son los sistemas de revisión corporal y las listas de pasajeros peligrosos. Aunque ambos errores no son nuevos, sino fruto de una estricta continuidad en las políticas antiterroristas, quien pagará la factura si llega a producirse un mega atentado, y con toda justicia, es sólo y únicamente la actual Administración.
Aunque Obama circunscribe los fallos a errores humanos y sistémicos, sus enemigos políticos intentarán demostrar que son fruto de su visión política, sus valores morales y sus decisiones estratégicas. El peligro al que se enfrenta ahora el presidente, sobre todo después de la primera reacción desordenada y confusa de sus colaboradores, es que reaparezca algo del clima de histeria antiterrorista que le fue tan útil a Bush. Para él sería absolutamente perjudicial y podría comprometer buena parte de su política exterior, además de sus promesas respecto a los derechos humanos y el respeto del habeas corpus de los sospechosos detenidos.
Que Bush sacara conclusiones equivocadas del 11-S no significa que del 11-S no se deriven lecciones profundamente preocupantes sobre nuestra época y nuestra seguridad. El terrorismo no ha parado de golpear desde entonces. La presidencia de Obama pende de un hilo, pero es el mismo hilo del que pende nuestra seguridad. Alguna lección específica sobre la colaboración española y europea con la política antiterrorista norteamericana debería deducirse de todo ello.
Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad. Las agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos.—Joyas de los Testimonios 3:280 (1909). Elena de White
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