Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad social, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad. Las agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos.—Joyas de los Testimonios 3:280 (1909). Elena de White
La cruzada de Santorum
En unos meses pasó de candidato invisible a la gran sorpresa de la carrera presidencial norteamericana. Pero lo de Rick Santorum no es simplemente una campaña exitosa: es una cruzada moral y religiosa. Aunque sus posibilidades de ganar las primarias republicanas son escasas, su efecto en el partido puede ser más profundo y permanente.
Por Daniel Matamala, desde Nueva York
01/03/2012
"Si tú fueras Satanás, ¿a quién atacarías hoy?". El orador en la universidad católica Ave María, en Florida, llegaba al clímax de su prédica. En los minutos previos había explicado a su audiencia de estudiantes cómo "inteligente, planificadamente", Satanás se había infiltrado en las universidades, en la cultura ("el básquetbol de la NBA y los conciertos de rock") y finalmente en la política. El plan demoniaco, concluyó el orador, tiene un blanco. "El objetivo final del Padre de las Mentiras es un buen, decente, poderoso e influyente país: los Estados Unidos de América".
Quien hablaba a los estudiantes en 2008 era un predicador, sí. Pero también un político: uno que hoy compite para convertirse en el candidato presidencial del Partido Republicano. Lo de Rick Santorum no es una campaña más: es una cruzada. Contra Satanás, contra los liberales, contra el socialismo, contra el Islam y contra Barack Obama.
La travesía
"Señor, te agradecemos por Rick Santorum y por su familia". Inclinado, con la cabeza gacha y los ojos cerrados, el candidato está abrazado a su esposa, a sus tres hijos mayores y a Richard Lee, el pastor que dirige la oración.
La escena, que termina con un potente "Amén" de la concurrencia, ocurre en la iglesia del Primer Redentor, en Cumming, Georgia. "Dios y el país" es el nombre de la gira electoral de Rick Santorum, y el libreto es siempre el mismo.
Tras la oración de rigor, el candidato habla de economía. Pero también, con creciente pasión, de moral y religión. Menciona una y otra vez a Dios y, para evitar cualquier confusión, especifica que no habla "de cualquier Dios, sino del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, de ese Dios".
"Lo de Santorum es una cruzada política", dice la cientista política de la Universidad de Columbia Brigitte Nacos. "Su énfasis en la religión es inédito entre los candidatos presidenciales en Estados Unidos".
Como todos los demás candidatos republicanos, critica a Barack Obama, pero no sólo por el desempleo, sino también por su teología. El problema, dice Santorum, no es que Obama tenga políticas equivocadas. "El problema es que tiene una falsa teología. No es una teología basada en la Biblia. Es una teología diferente". En un país en que uno de cada cinco estadounidenses cree que Obama es musulmán (y dos más dicen no saber cuál es su religión), la implicancia es obvia.
"Tenemos que pelear una guerra espiritual contra las fuerzas del Islam radical" es otra de sus frases favoritas. De hecho, a Santorum le gusta hablar de las Cruzadas. Y defenderlas. "La idea de que las Cruzadas y la lucha de la Cristiandad contra el Islam es una agresión, es absolutamente antihistórica. Es una idea de la izquierda que odia a la Cristiandad".
Sobre la separación entre Iglesia y Estado, es tajante: está en contra. "Me da ganas de vomitar", comentó hace poco sobre el discurso de 1960 en que John F. Kennedy (un católico, al igual que él) defendió la división.
Su público lo sigue con devoción. "No me gusta la política, pero él es distinto", me explicó Rose, una dueña de casa de 45 años de edad, que cargaba un cartel con la leyenda "Rick 2012" en Manchester, New Hampshire. "Cuando lo escuchas, sabes que te está diciendo la verdad. No es un político más. Él es transparente". Los votantes también lo admiran por la entereza con que ha enfrentado un drama familiar: su hijo menor sufre de trisomía 18, un desorden cromosómico mortal.
Hoy ese público es una multitud. Hace unos meses, era apenas un puñado.
Su campaña no tenía estructura. No tenía dinero. No tenía audiencia. Y tampoco parecía tener al candidato ideal: en 2006, Santorum había perdido su puesto en el Senado en una humillación electoral, cuando el demócrata Bob Casey lo superó por 18 puntos. Fue la derrota más amplia de un senador incumbente desde 1980, y parecía el punto final de su carrera política.
Cuando lanzó su candidatura a la Casa Blanca, nadie lo tomó en serio. Él recorría cafeterías y conversaba con votantes en las calles de Iowa, estado donde parten las primarias. Los medios lo ignoraban o mostraban su excéntrica travesía con una mezcla de conmiseración y sarcasmo. En noviembre, una crónica del New York Times mostró un día tipo de su campaña. Santorum pasó una hora completa tratando de convencer a tres votantes en el poblado rural de Sigourney. Luego viajó 50 kilómetros hasta otro pueblo, Williamsburg, donde logró conversar con doce electores.
Las encuestas le daban el 1% o el 2% de los votos, y en los debates presidenciales ocupaba un extremo del set, y apenas recibía preguntas de los conductores.
Pero Santorum resistió. Entendía que el clima de polarización instalado por la crisis económica y el Tea Party le abriría una opción. Uno tras otro, los favoritos del Tea Party se negaron a participar (Sarah Palin, Donald Trump) o sus campañas naufragaron (Michele Bachmann, Herman Cain, Rick Perry). Y en enero, cuando llegó la hora de votar en Iowa, Santorum era el último hombre para enfrentar la multimillonaria campaña del favorito, el moderado Mitt Romney. Entonces, todas esas horas invertidas en convencer a los electores rindieron frutos. Santorum ganó por exactamente 34 votos de diferencia.
La fractura
Desde entonces, Santorum ha logrado alargar una batalla que parecía imposible. Romney sigue siendo el favorito: ha ganado más estados (6 contra 3), suma más delegados (145 versus 82), y tiene más dinero en caja (64 millones de dólares contra 7). Pero Santorum prácticamente lo iguala en las encuestas nacionales.
El martes, Romney se salvó de una humillación al ganar estrechamente su estado natal, Michigan. Y ahora las campañas enfilan al decisivo Supermartes, donde diez estados se decantarán entre Romney, Santorum y los otros dos candidatos sobrevivientes, el conservador Newt Gingrich y el libertario Ron Paul.
Pero la división entre Romney y Santorum no es sólo electoral: es una profunda fractura entre los republicanos.
El discurso de Santorum es marcadamente antiintelectual. Cuando Obama lanzó un plan para masificar la educación superior, Santorum lo acusó de "esnob". "Muchos americanos decentes no quieren ir a la universidad para ser adoctrinados por algún profesor liberal", dijo.
Romney tiene de su lado al electorado republicano tradicional, con educación superior, de clase media y alta. Los votantes de Santorum, en cambio, salen de la clase obrera blanca, en una división similar a la que se da en Europa entre partidos conservadores y la extrema derecha de movimientos como el Frente Nacional en Francia. "Santorum representa un populismo de derecha que, tal como el europeo, explota el miedo y el enojo de los trabajadores ante la amenaza de lo distinto: los inmigrantes, los negros, los musulmanes", dice Brigitte Nacos.
Y Nacos da otra clave: "Santorum apela a la emoción, no a la razón". De hecho, su discurso es marcadamente antiintelectual. Cuando Obama lanzó un plan para masificar la educación superior, Santorum lo acusó de "esnob". "Muchos americanos decentes no quieren ir a la universidad para ser adoctrinados por algún profesor liberal. Entiendo por qué Obama quiere enviar a todos los niños a la universidad: porque son fábricas de adoctrinamiento", disparó. Además, aseguró que el 62% de los adolescentes que van a la universidad pierden su fe religiosa en ella.
También considera "anacrónico" que existan colegios estatales, a los que llama "fábricas de igualdad", y él predica con el ejemplo. Sus siete hijos no van al colegio, sino que son educados en casa por su esposa Karen.
Por ahora, el espectáculo de división y polarización entre los republicanos tiene un gran ganador: Barack Obama. Con la economía en recuperación (el desempleo bajó a 8,3% y el Dow Jones superó los 13.000 puntos por primera vez desde 2008), la aprobación al presidente está en 50%, la más alta desde la muerte de Osama bin Laden. Y las encuestas lo dan como favorito, sea contra Romney o Santorum.
"Las probabilidades de que Obama gane son tan altas, que muchos republicanos están comenzando a pensar en 2016", escribe el columnista Bruce Bartlett. Más aún, en las últimas semanas la prensa se ha llenado de historias sobre fracturas del Partido Republicano en varios estados, entre facciones "conservadoras" y "moderadas", y especulaciones sobre candidaturas "por fuera" del sector que pierda la nominación presidencial.
Las consecuencias de la cruzada de Santorum aún no están escritas. Como dice su esposa Karen: "Esta campaña es la voluntad de Dios. Él nos puso en este camino".
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